viernes, 24 de diciembre de 2010

Capítulo I

LA CARBONERA

Cada cierto tiempo, el cual no se puede determinar con exactitud, unos hombres con los rostros ennegrecidos y mirada triste cubiertos con una especie de capucha a modo de protección transportaban sobre sus espaldas una bolsa de mimbre con asas, repletas de trozos de carbón o leña, cortadas más o menos regularmente, desde el camión hasta una especie de hueco tapado con una trampilla que había frente al portal, que parecía ser daba directamente al sótano, por tanto Javi dedujo que se trataba de la carbonera o lugar donde se almacenaba dicho material, para posteriormente alimentar las calderas que durante el invierno proporcionaría el necesario calor a los numerosos radiadores situados en todos los pisos y habitaciones del edificio, era tal el calor que desprendían que en el interior de todas las viviendas todas las personas vestían como si estuviéran en pleno verano, teniendo que, periódicamente, abrir todas las ventanas para que penetrase un poco de aire fresco, dado que las calderas permanecían en funcionamiento las veinticuatro horas del día.

Javi, observaba todo este trajín de idas y venidas a través de la ventana y a veces bajaba al portal para poder verlo desde otra perspectiva o ángulo.

Javi, sabía que al final de la escalera, bajando al sótano, se encontraba la puerta de acceso que daba directamente a la carbonera y a las calderas, a veces se aventuraba a bajar a hurtadillas por la escalera, aún a sabiendas de que el portero lo tenía prohibido, era frustrante que aquel ser mezquino y despreciable tuviera la inmensa fortuna de traspasar la puerta de la enigmática carbonera. Con la vana esperanza de encontrarse la puerta de la carbonera abierta o al menos ligeramente entreabierta, tener la fortuna de que no hubiese “moros en la costa” y poder penetrar sigilosamente y con los ojos bien abiertos, porque la obscuridad era absoluta, descubriendo los secretos de la misteriosa carbonera, pero desgraciadamente la puerta permanecía cerrada y cuando no lo estaba el portero se encontraba en las inmediaciones o en el interior, por tanto resultaba prácticamente imposible observar lo que se encontraba allí dentro, hubiera sido maravilloso que el ser mezquino y despreciable hubiese sentido un instante de comprensión ante la curiosidad infantil y mostrase, no sin algo de satisfacción, una parte de sus dominios.

Javi, se lo imaginaba en una obscuridad casi absoluta, tal vez algún haz de luz mortecina proveniente de un pequeño ventanuco desde uno de los numerosos rincones conseguiría una cierta penumbra, enormes montones de leña y carbón apilados más o menos ordenadamente que llegaban hasta el techo, techo que seguramente no sería muy alto, de forma que un adulto alcanzaría a tocarlo con la palma de su mano, no teniendo demasiado claro donde estarían ubicadas las calderas, porque dada la situación del hueco de acceso del carbón y la leña y de la puerta de la carbonera se le antojaba como un sótano de forma irregular y originalmente extraño, puede que la trampilla frente al portal en realidad no hubiese existido nunca y que el transporte se realizase a través del portal, si así se hubiera realizado, seguramente la portera hubiera ordenado al “mezquino” que hubiese protegido los suelos con trozos de cartón distribuidos ordenadamente desde el portal a la escalera y puerta de la carbonera, aunque si se analiza con detenimiento hubiera sido una irregularidad notable que se permitiera tal acceso a los hombres ennegrecidos ya que seguramente interrumpirían el normal movimiento de los vecinos en el interior del edificio así como el desagradable hecho de cruzarse con sus tristes miradas, en esta tesitura podemos afirmar que tal trampilla era una realidad y por tanto existía, además tal espectáculo y acercamiento entre vecinos y hombres sucios, sudorosos y esforzados en el interior del edificio no podría nunca permitirse.

Si preguntásemos a Javi de cuál era el sistema utilizado, éste, sin dudarlo, hubiese afirmado enérgicamente que el material se arrojaba a través de la trampilla y que otros hombres, aunque él no los hubiese visto nunca, ordenaban y amontonaban el carbón y la leña en el sótano.

Casi siempre que Javi subía o bajaba por la escalera en dirección a su vivienda o al exterior, no podía evitar echar una mirada hacia el final de la escalera, por si por una casualidad extraordinaria le diera la posibilidad de colarse en el interior de la carbonera, afortunadamente el ascenso por la escalera no era demasiado penoso, ya que vivía en el primero, puesto que era impensable la utilización del ascensor, otra prohibición del “mezquino”, aunque a veces se colaba en el interior del ascensor y apretando precipitadamente uno de los botones de pisos más altos para luego descender hacia la letra B del primer piso, cuando Javi tuvo una edad más adecuada y pudo utilizar el ascensor ya había perdido ese interés por traspasar la puerta de la carbonera…era el fin de la magia y fue el comienzo de la adaptación…años más tarde Javi abandono el edificio de su infancia y lo hizo sin haber penetrado nunca en la famosa carbonera, en un principio aquel abandono pareció una liberación pero muchos años mas tarde a Javi le apenó profundamente no haber irrumpido en la misteriosa carbonera.

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